Alumnos de 12° participaron el proyecto de pastoral de la III Unidad, Fraternidad Santa Cruz, desde el 3 al 12 de agosto. La invitación es a vivir diez días en casa de familias pertenecientes a la comunidad cristiana de la Parroquia San Roque en Peñalolén y darse la oportunidad de generar lazos de amistad.
Así lo vivió María De la Cuadra, alumna de 12°, que compartió en la casa de los Valdebenito Canales, donde Aurora, la dueña de casa, es una de las líderes del club del adulto mayor en la Parroquia San Roque. Junto a ella también se quedaron las georgianas Isidora Gómez y Valentina Parraguez.
¿Qué te impulsó a inscribirte?
María: Conocí el proyecto a través de mi hermana que participó hace dos años. Para ella fue una experiencia inolvidable, no tanto por vivir “otra realidad”, porque creo firmemente que no es otro mundo y es la realidad que vive la mayoría, excepto nosotros que somos privilegiados… Es el vínculo que se arma con la familia lo que me llamaba a participar, el conocer y relacionarme con otras personas, querer aprender de ellas los valores de comunidad que viven.
¿Qué expectativas tenías de este proyecto?
Iba con el objetivo de conocer a la familia, ver cómo eran de personalidad más que cómo vivían. Cuando llegué vi que había diferencias, pero nos parecemos en harto. Personalmente, creo que nos parecemos en la relación con la gente, en interesarse por el otro. Eso es desde mi experiencia, porque creo que a otros compañeros les puede pasar que no andan en micro o no conocen a sus vecinos. Yo vivo en un pasaje, entonces conozco a todos mis vecinos y vivo al lado del metro, entonces para mí no fue tan diferente.
Cuéntame de la familia que te recibió
La familia que me recibió era demasiado amorosa. Estaba integrada por la señora Aurora Canales que tiene 73 años; su esposo Víctor Valdebenito que era carabinero, jubiló y sigue trabajando ahora de guardia en un mall. Ellos vivían en el primer piso y en el segundo vivía su hija, la Vero, que tenía 49 y su hija Macarena, que tenía 36 años. La tuvo muy joven. Durante el día además iban los otros nietos que vivían cerca. Aurora tiene 5 hijos, entonces tiene hartos nietos y bisnietos.
Aurora es muy preocupada por su familia y por sus vecinos, es comprometida con sus ideales, que vienen marcados por su historia. Es cariñosa y atenta, siempre te da consejos y se nota que le gusta estar acompañada. Ella es la líder de la comunidad de adultos mayores de la parroquia. Conocía a las familias de su cuadra y si sabía que tenían algún problema, los trataba de ayudar. No creo que haya sido solo ella (con estas características), creo que en general hay un concepto de comunidad muy fuerte. Saben que no viven en su metro cuadrado, sino que son parte del barrio.
¿Qué fue lo que más te quedó en el corazón de esta familia?
El amor que se tienen. También las instancias en común. Tú llegabas a la hora del té y estaban todos tomando té. En ningún momento me fui a la pieza, excepto para dormir en la noche, y eso que estaba con dos amigas en la misma casa -Isi Gómez y Vale Parraguez-. Teníamos la facilidad de hablar, nos reíamos demasiado, fue una experiencia muy grata.
Los dueños de casa son adultos mayores y nos contaban sus historias. En todas había mucho amor y preocupación por el otro. En verdad, a mí me encantó y creo que es un ejemplo a seguir. Me acuerdo de la historia de cómo se conocieron o cuando la Vero iba en 8° y tuvo a su hija y su pareja se fue. La familia lo enfrentó con mucho amor, con mucho respaldo, ayudando a cuidar a la hija.
¿Qué te pasaba cuando venías al colegio desde Peñalolén?
Tomaba la micro desde Tobalaba con José Arrieta hasta Escuela Militar, entonces iba por todo Vespucio viendo cómo cambia la ciudad en términos geográficos. Creo que a todos nos pasó que pensamos en las diferencias, en cómo cambia la arquitectura, la calidad de las casas… uno le da otro sentido a las cosas.
¿Qué aprendiste en esta experiencia?
A valorar lo que uno tiene, pero no en lo material, sino la familia, la gente que te rodea; también aprendí a no ser prejuiciosa, uno siempre anda con miedo a andar por calles que no conoce, pero allá son de piel. También a dar valor a lo que uno hace y comprometerse con tus vecinos, con tu familia, con los amigos. No hacer por hacer las cosas.
¿Cómo fue el cierre de la experiencia?
El mismo domingo (12 de agosto) tuvimos una misa y luego un desayuno donde uno pudo compartir lo que había vivido. Ahí hablaron los dueños de casa y nosotros. Yo me emocioné, me puse a llorar. Ellos también hablaron muy de corazón. Me emocioné porque los lazos que se arman son muy fuerte. Por eso, más que un proyecto donde vas a hacer un servicio al otro, es donde tú armas una relación con el otro.