Blanca Covarrubias, Vicente Escalona, Magdalena Vivanco y Amalia Guzmán recibieron el polerón que marca el inicio en el acolitado durante la Misa de San Andrés Bessette C.S.C, el primer santo de la Congregación de Santa Cruz, celebrada el viernes 17 de agosto en el gimnasio del colegio. Otros siete jóvenes recibieron el alba, signo patente de su servicio en la liturgia. Ellos fueron: Blanca Arriagada, Isidora Valenzuela, Diego Cañas, Ignacia Ampuero, Martín González, Carmen De la Cuadra y Antonia Riquelme.

En su homilía, el padre David Halm C.S.C, director de pastoral, recordó a los alumnos que Jesús está en su prójimo, en sus compañeros y sobre todo en los que están más solos o tristes y que en ellos podemos amar a Dios.
Durante la procesión de las ofrendas se presentó un lienzo con la frase de San Alberto Hurtado “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”, que muestra el trabajo de los alumnos de la II Unidad en los proyectos de pastoral del colegio, como signo del compromiso que nos interpela para trabajar por la equidad, la justicia y la solidaridad.

Vea más fotos en nuestra galería.

¿Quién fue san Andrés Bessette?
Alfred André Bessette, conocido también como Hermano Andrés. Nació en Quebec, el 9 de agosto de 1845. Sus padres se llamaban Isaac Bessette y Clotilde de Foisy. Hijo de una familia humilde y profundamente religiosa; su padre era armador de carretas, su madre se dedicaba a educar a sus diez hijos. Tenía nueve años de edad cuando su padre falleció en un trágico accidente de trabajo. Tres años más tarde muere su madre. Trabajó de zapatero, panadero, labrador, herrero, y a los veinte años se fue a Estados Unidos, donde trabajó en ranchos y molinos durante tres años. Desde niño fue muy enfermizo y débil, los médicos opinaban que no viviría mucho tiempo.

Hasta los 25 años fue obrero en granjas, talleres y fábricas. Ingresó a la Congregación de Santa Cruz en 1863 e hizo sus votos religiosos como hermano lego en 1866. El padre André Provençal le insistió en que entrara en la Congregación de la Santa Cruz, aunque Alfredo creía que no sería capaz de asumir sus responsabilidades por la mala salud, pero aceptó. El padre Provençal lo envió a los padres de la Santa Cruz con una carta de presentación, en que decía: Les envío un santo. Recibió el hábito religioso el 27 de diciembre de 1870.

Recibió el nombre de Andrés en honor al padre Andrés Provençal que lo ayudó a entrar. Pero su mala salud se manifestó claramente durante el año de noviciado y no fue admitido a los votos temporales. En el Acta del Consejo Provincial del 8 de enero de l872 se lee: El hermano Andrés no ha sido admitido a los votos temporales, porque su estado de salud no hace esperar que pueda ser admitido a la profesión. Sin embargo, le dieron medio año de prórroga a ver si mejoraba. En este tiempo cambiaron al maestro de novicios y entró el padre Guy, que lo apreciaba como un hombre de Dios y que, al final, informó que, si no servía para trabajar, serviría para rezar.

El hermano Andrés vivió la pobreza de manera radical. Nunca iba a dormir teniendo dinero en el bolsillo, a no ser que estuviera lejos del convento. Normalmente, las limosnas que le daban para la construcción del Oratorio, se las entregaba al Superior antes de ir a dormir. Cuando alguien le daba algo, lo metía al bolsillo sin mirar cuánto era. Él agradecía lo mismo unos céntimos que quinientos dólares. Siempre vestía su sotana de religioso, que estaba toda descolorida por el uso y el sol. Su ropa se la remendaba él mismo al terminar el trabajo del día. Procuraba usar todo hasta el fin.

Era muy obediente en todo a sus Superiores. Para visitar a los enfermos a domicilio, no iba a los que él quería, sino a los que le indicaba el Superior, de acuerdo a las peticiones que había. Un día el chofer que debía regresarlo a casa, le dijo que era ya muy tarde y debían dejar de visitar al último que faltaba. El hermano le insistió diciendo: Hay que ir, porque hay que obedecer al Superior.

Se destacó por su humildad, y por ser visionario (se le apareció San José en 1900), tenía el don de sanar enfermos. Tantos fueron los milagros atribuidos en vida al Hermano Andrés. Promotor de la devoción a San José. Puso los cimientos de una basílica que constituye, actualmente, el lugar de peregrinaciones a San José más grande del mundo. Fue un hombre de oración, amigo de los pobres, hombre realmente extraordinario.

Fue portero del colegio Notre Dame y fue el gestor de la construcción de la Basílica-Oratorio de San José, en 1904 y en la cual actualmente descansan sus restos. Además de esta labor, se dedicó a cuidar y visitar a los enfermos. Las curaciones que realizó fueron innumerables, logrando así una gran reputación como hombre milagroso. Su devoción a San José lo llevó a construir, cerca del colegio, un pequeño oratorio, donde el Señor pudiese ser honrado. Permaneció siempre alegre, sencillo y dispuesto a todos, orando larga y fervorosamente por los enfermos, viviendo él mismo lo que le enseñaba a los demás.

Murió santamente el 6 de enero del año 1937 en la ciudad de Montreal, Canadá, a los 90 años de edad y fue enterrado en el oratorio. Después de su muerte, Dios siguió haciendo milagros por intercesión del Hermano Andrés. Muy pronto empezaron a recogerse testimonios de muchos que habían sido curados en vista a presentarlos a la Congregación para la Causas de los santos. Se hicieron Procesos, con los testimonios de los testigos, en distintos lugares.
En su beatificación fue considerada válida la curación del señor José Audino de una enfermedad gravísima, llamada reticolosarcoma, que la Comisión médica del Vaticano consideró inexplicable para la ciencia. Fue beatificado el 23 de mayo de 1982 en la Plaza de San Pedro por el Papa Juan Pablo II.
Para su canonización fue aceptado como milagro la curación del niño Alex Gagné de un trauma cráneo-encefálico grave. La canonización tuvo lugar en la Plaza de San Pedro de Roma el 17 de octubre del 2010 por el Papa Benedicto XVI.