Después de su última clase de historia, los alumnos de Fernando Marín lo aplaudieron y se acercaron a saludarlo. Como esta muestra de cariño y reconocimiento ha tenido varias en este último tiempo de parte de estudiantes, old georgians y también de sus colegas. Finalmente, su familia y el Saint George son los dos grandes arraigos que ha tenido en su vida.   

Fernando Marín ingresó al colegio en agosto de 1986 reemplazando a una profesora en su prenatal y se fue quedando entre nosotros durante 33 años en los que se hicieron apreciadas sus clases de historia y la participación en la academia que dirigía: Peñicura. Lo que encontró en el Saint George fue un ambiente muy parecido al Pedagógico que lo formó como profesor. “Estábamos en plena dictadura militar y el ambiente que se respiraba acá era mucho más libre que afuera”, recuerda.

¿Cuál ha sido tu misión durante estos 33 años?

Qué pregunta más tremenda… quién soy yo para responder eso. Creo que el tener un mínimo de coherencia y amar lo que hago, se traspasa. No soy un profesor extraordinario ni mucho menos…Ni tampoco mucho más, pero sí lo que valoran de mí es que soy exactamente el mismo dentro y fuera de la sala de clases. Nunca he creído que el profesor tenga un rol, tenemos que ser lo que somos, a veces somos buenos y otras no tanto. No sé…me cuesta hablar de mí.

¿Qué es lo que el colegio te entregó?

Soy súper agradecido del Saint George. En verdad lo quiero mucho por muchas razones. No es que lo haya pasado súper bien permanentemente, pero me hizo un buen profesor. El Saint George es un colegio donde aprendes adentro y afuera del ámbito escolar. Me dio la oportunidad de conocer a tipos como Gerardo Whelan C.S.C, donde lo único que te cabía era aprender y abrir bien los ojos para que no se te escapara detalle, o profesores como Lucho Campos o Fernando Orchard. Basta solo esos tres nombres para decir, ‘pucha que estoy agradecido de lo que me ha entregado este colegio’.

Por otra parte, yo no puse a mis hijos en este colegio. Sin embargo, estoy súper agradecido porque me ayudó a verlos crecer. Porque el Saint George te paga mejor que otros colegios, me permitió estar más tiempo en mi casa.

También agradezco haber tenido alumnos extraordinarios que son capaces de tener discusiones, como las que tenemos en Peñicura, sobre si hay que buscar la libertad o la felicidad. Que ellos opten por la libertad me parece espectacular…Y son tipos que después tú los ves en los diarios (…) Son personalidades, pero me siento orgulloso de ellos por lo que fueron cuando eran mis alumnos.

¿Qué valoras del perfil del georgiano?

Que sean conscientes del mundo y del país donde viven, honestos, dispuestos a tener una conversación que vaya más allá de ellos. Que sean buenos alumnos en términos de rendimiento, también.  Yo tiendo más bien a identificarme con alumnos que no son sobresalientes en lo académico, con el que tiene más dificultades, el que no lo pasa tan bien en el colegio, porque me recuerdan cómo era yo en la época escolar.

¿Cuál era tu ruta de vida?

En mi ruta de vida, si es que mi papá no se hubiese muerto joven, lo más probable es que hubiese sido aviador como él. Era lo que hacía toda mi generación. La muerte de mi papá nos cambia, dejamos la casa de la Fuerza Aérea en Antofagasta y nos vamos a vivir a San Miguel  y eso me impacta mucho. Cuando vives en un gueto, como pasa en estos casos, uno no tiene contacto con la vida real y me acuerdo que San Miguel era un barrio obrero. Nosotros con mi hermano teníamos bicicleta, que era una cosa rara. Todo eso nos hizo tener una conciencia social y política muy fuerte, más ligada a las luchas sociales.

Y la invitación que les has hecho a tus alumnos es a salir del gueto…

Sí. Dirijo una academia, Peñicura, que se mueve entre la existencia y el compromiso social que son dos cosas por las que me cuestiono permanentemente. La invitación siempre es a reflexionar sobre quién es uno, por qué soy lo que soy y la otra es a experimentar que solo somos personas con los demás y eso implica tener responsabilidades sociales. Esa es mi experiencia de vida.

La partida

“He sentido fuertemente el cariño de una comunidad, me cuesta dejarla. En este último tiempo he pateado mi ida, porque efectivamente es un duelo, un quiebre, aunque me ha ayudado mucho tener planes de futuro”, cuenta sentado en la sala de profesores de la III Unidad.   

¿Por qué te vas a mitad de año?

Para qué prolongar lo que es inevitable. Prefiero irme cuando tengo planes, cuando todavía estoy bien. Siempre pensé que me tenía que ir cuando todavía yo tomara la decisión y estuviera haciendo las cosas relativamente bien. Los profesores tenemos a veces una vejez terrible de tanta hoja consumida, de tanta prueba leída… me voy con la frente en alto, caminando sobre mis dos piernas y con deseos de hacer otras cosas. No sé cuánto tiempo me quede, capaz que me queden cinco, diez o quince años. Entonces me fabriqué un mundo para ese tiempo y tiene que ver con cosas que no he hecho hasta ahora.

Soy un  viajero y antes de que cumpla un mes fuera del colegio, antes de que la nostalgia se adueñe de mí, con mi mujer nos vamos a dar una vuelta por una parte de Europa y África del norte. Por primera vez en mi vida no viajo en temporada alta y sin fecha para volver. Voy a estar dando vueltas mientras me duren las ganas de estar y la plata que llevo. Lo único que sabemos es que sacamos pasajes para ir a Madrid el 6 de agosto y ¿cuándo volvemos? No sé. Volví a la adolescencia… Alguien dijo que la tercera edad era la juventud de la vejez.

Después quiero irme a vivir fuera de Santiago, a la playa, porque me cuestan las ciudades… He tenido que vivir en Santiago por razones obvias. Me va a acompañar es un telescopio. No hay nada más extraordinario que mirar las estrellas. Mi mujer me regaló hace poco un telescopio precioso que poco lo uso porque en Santiago la luminosidad no te permite ver. Es una metáfora de la realidad, al final tanta luz no te permite ver lo que quieres.

También durante este año no  he leído ninguno de los libros que me han regalado, los conté hoy en la mañana, tengo 28 libros sin leer y quiero hacerlo cuando esté en paz conmigo mismo, cuando no tenga ninguna prueba que corregir. Lo otro que quiero hacer es escribir sobre educación.  Soy crítico de los modelos escolarizantes, creo que necesitamos ampliar las fronteras de la libertad y de la creatividad y a veces los modelos educacionales trabajan en sentido opuesto.

¿Qué es lo que más vas a extrañar?

Todo lo voy a echar de menos. Lo que no significa esa nostalgia enfermiza de ser lo que no eres, porque nada volverá a ser: ni este colegio, ni yo ni nadie. Pero este colegio me llenó durante años. Mis alumnos en Peñicura, citando a Derridá dicen: “hay que deconstruirse para construirse”.