Héctor Fuentes jubilará a partir de este 31 de mayo. Después de 15 años de trabajo ininterrumpido entregando su sonrisa y cordialidad en la portería del Saint George’s College, se retirará a su casa de Renca para compartir más con su esposa, sus dos hijas y su nieto.

Este es su tercer trabajo, después de estar en la rotisería y en una empresa de alimentos. Llegó al colegio por intermedio de quien entonces era apoderada, Montserrat Villavicencio. Él estaba trabajando cuando ella le dejó una tarjeta y lo invitó a visitar el colegio. Cuando lo conoció, el Saint George lo conquistó y supo que se quedaría.

Cuando se le pregunta qué quisiera decir a la comunidad georgiana, no duda: “Gracias. Gracias por aguantarme, porque también tengo mal genio a veces. Gracias por todo lo que me han dado y por todo lo que he aprendido con ustedes. Gracias porque si yo hubiera postulado a trabajar acá no hubiese entrado por razones bien simples: no tengo estudios, solamente llegué hasta 6° básico, y entrar a los 50 años a una institución así es solamente porque alguien me trajo. Gracias por haberme acogido, porque me dijeron que sí. Eso se agradece”.

Él, junto a Luis Poblete, Marco Antonio Vásquez, Luis Alejandro Vera y ahora Gustavo Cárcamo son la primera cara del colegio, quienes dan la bienvenida a los apoderados nuevos, a los niños que postulan cada año al colegio, a los profesores antiguos y a los que se vienen incorporando.

Usted es parte del equipo que da el primer saludo del colegio a los que traspasan la mítica reja ubicada en avenida Santa Cruz, ¿cómo asume su función?
Me gusta. Me gusta saludar, me gusta que la gente se sienta cómoda cuando llega y que se sientan acogidos. Es uno el que está acá y está para eso. Nuestra misión es velar por mantener el orden en el ingreso y preocuparnos que no salga ningún niño sin alguno de sus padres o la persona encargada.

Para Héctor, todas las personas son iguales y tienen el mismo valor, no importando su edad, función o cargo. Está convencido que la vida es una cadena de favores y que todos nos necesitamos, “hasta el mendigo es necesario y valioso, él recibe dinero, con eso va a comprar y le da trabajo a un comerciante”, explica, “el mundo es una cadena circular y a algunos les toca estar arriba, otros al medio y otros abajo, pero nadie sobra”.

¿Cómo describiría a los alumnos del Saint George?
Los alumnos son buenos, tranquilos, educados, la mayoría se despide, da las gracias. Yo no encuentro sentido a que me den las gracias, deben dar las gracias a sus profesores y a sus padres, que son los que pagan para que ellos estudien. Los georgianos son buena gente.

Después de 15 años trabajando en el colegio, ¿cómo definiría el espíritu georgiano?
Hay un ambiente familiar que se respira solo acá. Este colegio ayuda mucho. Cuando hay incendios, aluviones o temporales, el colegio siempre coopera y los niños están para ayudar junto con sus profesores.

¿Hay alguna anécdota que recuerda especialmente?
Antes se dejaba a los apoderados que jugaban fútbol entrar con vehículo al colegio. Un día el padre Jim dijo que no se permitiría más, porque había muchos autos adentro y ya era como un estacionamiento más.  Al día siguiente estaba de turno, un apoderado me tocó el timbre y me pidió de mala manera que le abriera la puerta; yo le contesté que ya no se podía hacer eso y él se enfureció. ‘¿Quiere pegarme?’, le pregunté, ‘pégueme’. Me quedó mirando y se fue (ríe). Durante tres semanas no me habló hasta que un día me saludó nuevamente.  El ya no tiene hijos acá, era buena persona…

¿Cómo imagina el colegio en 20 años más?
No me lo imagino distinto. Los niños van evolucionando, pero el colegio va a ser el mismo, su espíritu va a permanecer.